A veces una cicatriz puede ser de utilidad.
Nací con un problema cardíaco llamado tetralogía de falot, que consistía en una mala conexión entre las aurículas y ventrículos, de forma que la sangre no se me oxigenaba como correspondía. Si hacía algún esfuerzo físico (aunque no fuera de gran magnitud) los labios se me ponían morados.
A los siete años fui operado en el Hospital de Niños, recuerdo que la operación duró como siete horas y luego estuve unos tres días en terapia intensiva mientras se estabilizaba todo.
Me quedó una cicatriz en el pecho que, si bien jamás me molestó, me hacía tener que responder a cada uno que la veía la inevitable pregunta ¿qué te pasó ahí?
También, como por mucho tiempo siguieron los controles, y las placas y la mar en coche, yo ya me sabía muchas cosas que escuchaba mientras los médicos me revisaban. Algunas palabras como “cardiovascular” fueron mi caballito de batalla cuando con alguien jugaba al ahorcado.
Ahora bien, cuando cumplí dieciocho años llegó el momento de la colimba. Todavía no había sido suprimida y, como cada año, se realizaba el sorteo de la clase correspondiente. Una fría mañana nos reunimos en un café del barrio varios de los que éramos clase 67 a escuchar en la radio el sorteo. No creo que hubiese muchas cosas tan aburridas y a la vez tan angustiantes como ese evento, el escuchar al locutor decir
Orden 000 – Sorteo 421
Orden 001 – Sorteo 187
Y así hasta que todos los que estábamos reunidos escuchásemos en el número de orden nuestras tres últimas cifras del Documento Nacional de Identidad, para saber qué suerte habíamos corrido.
Esperé pacientemente, algunos de mis compinches iban pasando e iban zafando, hasta que llegó mi turno
Orden 777 – Sorteo 536
Me miraron como no sabiendo qué decir, si bien el denominado “numero bajo” (cifra de sorteo por debajo de la cual te salvabas) había sido elevado, todavía el 536 era alto, y le correspondía al Ejército. La cara de ellos era “Andrés, te vacunaron”
Otro de los muchachos sacó el 563 y estaba en una situación parecida a la mía.
Volvamos unos años para atrás. Los médicos cuando me revisaban y verificaban mi evolución, con el tiempo me decían que mi vida iba a ser totalmente normal, al estar operado del corazón, no iba a poder ser un atleta olímpico, pero nada más, actividades, deportes, etc. todo sería normal para mí.
Pero estaba esa cicatriz. Yo sabía que en el momento de la revisación médica podría ser una carta brava a mi favor.
Me llegó la cédula de citación a mi casa (que aun conservo) en la que indicaba el día y lugar donde me tenía que presentar para la revisación. Allí estuve otra mañana en Palermo con la cédula, mi DNI y mi frasquito de orina.
La revisación consistía en las aptitudes físicas de cada uno, como ser la vista y otras cosas mas, se extraía sangre, nos palpaban los genitales (no recuerdo qué enfermedad estaba relacionada con esto) nos hacían hacer equilibrio sobre un pie, también se tomaban someramente notas de los conocimientos de cada uno, etc. Pero para todos, lo importante era una sola cosa: que al finalizar el día en el DNI no figurase A (apto) sino que estuviese un DAF (deficiente aptitud física o un (ITS) (inapto todo servicio).
Yo ya había pasado por casi todos lados y me saqué la remera delante del médico para que me auscultaran, cuando el Dr. me observó la cicatriz.
¿Qué te pasó ahí?
Y yo, que ya había bajado un poco los hombros y simulando estar un poquito (no mucho) agitado le respondí dejando escapar aire
Me operaron del corazón
El Dr. me observó nuevamente y ordenó
Vestite y andate
Salí del lugar a esperar me devolviesen el DNI sabiendo que me había salvado, creo que solo faltó que me echasen a patadas, no sea cosa que el cardíaco este se nos muera acá...
Después de un rato vino un oficial con varios documentos, los empezó a repartir y en el mío figuraba una clasificación que no vi en otros I (inválido), pero qué me importaba.
Al irnos nos pusieron la famosa inyección matacaballos a los que nos habíamos salvado y volví lo mas campante a mi casa.
Mi compañero del 563 estuvo un año en el Ejército, fue el único de todos nosotros. A mí la cicatriz me fue de gran utilidad. Aun hoy, cuando tomo sol y me veo el pecho bronceado surcado por una línea rosadita, recuerdo con una sonrisa la mirada de ese médico.
Nací con un problema cardíaco llamado tetralogía de falot, que consistía en una mala conexión entre las aurículas y ventrículos, de forma que la sangre no se me oxigenaba como correspondía. Si hacía algún esfuerzo físico (aunque no fuera de gran magnitud) los labios se me ponían morados.
A los siete años fui operado en el Hospital de Niños, recuerdo que la operación duró como siete horas y luego estuve unos tres días en terapia intensiva mientras se estabilizaba todo.
Me quedó una cicatriz en el pecho que, si bien jamás me molestó, me hacía tener que responder a cada uno que la veía la inevitable pregunta ¿qué te pasó ahí?
También, como por mucho tiempo siguieron los controles, y las placas y la mar en coche, yo ya me sabía muchas cosas que escuchaba mientras los médicos me revisaban. Algunas palabras como “cardiovascular” fueron mi caballito de batalla cuando con alguien jugaba al ahorcado.
Ahora bien, cuando cumplí dieciocho años llegó el momento de la colimba. Todavía no había sido suprimida y, como cada año, se realizaba el sorteo de la clase correspondiente. Una fría mañana nos reunimos en un café del barrio varios de los que éramos clase 67 a escuchar en la radio el sorteo. No creo que hubiese muchas cosas tan aburridas y a la vez tan angustiantes como ese evento, el escuchar al locutor decir
Orden 000 – Sorteo 421
Orden 001 – Sorteo 187
Y así hasta que todos los que estábamos reunidos escuchásemos en el número de orden nuestras tres últimas cifras del Documento Nacional de Identidad, para saber qué suerte habíamos corrido.
Esperé pacientemente, algunos de mis compinches iban pasando e iban zafando, hasta que llegó mi turno
Orden 777 – Sorteo 536
Me miraron como no sabiendo qué decir, si bien el denominado “numero bajo” (cifra de sorteo por debajo de la cual te salvabas) había sido elevado, todavía el 536 era alto, y le correspondía al Ejército. La cara de ellos era “Andrés, te vacunaron”
Otro de los muchachos sacó el 563 y estaba en una situación parecida a la mía.
Volvamos unos años para atrás. Los médicos cuando me revisaban y verificaban mi evolución, con el tiempo me decían que mi vida iba a ser totalmente normal, al estar operado del corazón, no iba a poder ser un atleta olímpico, pero nada más, actividades, deportes, etc. todo sería normal para mí.
Pero estaba esa cicatriz. Yo sabía que en el momento de la revisación médica podría ser una carta brava a mi favor.
Me llegó la cédula de citación a mi casa (que aun conservo) en la que indicaba el día y lugar donde me tenía que presentar para la revisación. Allí estuve otra mañana en Palermo con la cédula, mi DNI y mi frasquito de orina.
La revisación consistía en las aptitudes físicas de cada uno, como ser la vista y otras cosas mas, se extraía sangre, nos palpaban los genitales (no recuerdo qué enfermedad estaba relacionada con esto) nos hacían hacer equilibrio sobre un pie, también se tomaban someramente notas de los conocimientos de cada uno, etc. Pero para todos, lo importante era una sola cosa: que al finalizar el día en el DNI no figurase A (apto) sino que estuviese un DAF (deficiente aptitud física o un (ITS) (inapto todo servicio).
Yo ya había pasado por casi todos lados y me saqué la remera delante del médico para que me auscultaran, cuando el Dr. me observó la cicatriz.
¿Qué te pasó ahí?
Y yo, que ya había bajado un poco los hombros y simulando estar un poquito (no mucho) agitado le respondí dejando escapar aire
Me operaron del corazón
El Dr. me observó nuevamente y ordenó
Vestite y andate
Salí del lugar a esperar me devolviesen el DNI sabiendo que me había salvado, creo que solo faltó que me echasen a patadas, no sea cosa que el cardíaco este se nos muera acá...
Después de un rato vino un oficial con varios documentos, los empezó a repartir y en el mío figuraba una clasificación que no vi en otros I (inválido), pero qué me importaba.
Al irnos nos pusieron la famosa inyección matacaballos a los que nos habíamos salvado y volví lo mas campante a mi casa.
Mi compañero del 563 estuvo un año en el Ejército, fue el único de todos nosotros. A mí la cicatriz me fue de gran utilidad. Aun hoy, cuando tomo sol y me veo el pecho bronceado surcado por una línea rosadita, recuerdo con una sonrisa la mirada de ese médico.
13 comentarios:
Y no sueñas a veces que te vuelven a llamar
Ojalá se siga salvando de situaciones del estilo a lo largo de tu vida.
Siempre sirven esas cosas. Vio?
Saludos, Hurri.
uf, a mi me toco el N° 965, la unica duda era si me tocaba en tus pagos o en la antartida
pobre Carrasco. pero minga de colimba
Lo importante es que ahora estas bien.
Pero siempre esas cosas hacen recordarlas con una sonrisa.
Lo bueno es que te salvaste de la colimba, que por suerte a mi no me tocaba.
Besos
que epocas.. hurri.. esto me trajo a la memoria el día que lo sortearon a MI chico, que lo escuché por radio, clandestinamente en el baño del colegio.. suerte que te salvaste, no creo que les haya servido de mucho a los que tuvieron la desgracia de hacer la colimba.
Un beso
La colimba era un garrón, un año perdido..Yo saque 338 del penultimo sorteo de la ultima clase que lo hizo obligatoriamente...Estaba bueno eso del sorteo yo me acuerdo que me compre unadocena de bolas de fraile y me fui a lo de un amigo a tomar mates y escuchar el sorteo, no sé era un ant y un después....Igual seguro quepienso asi porque no la hice digo
salud y buenos alimentos
Jesús: No, eso no lo he soñado. Sí a veces soñé que no había terminado la facultad.
Lucy: Seguro que sí. Todo sirve si lo vemos en su justo momento.
Cyn: Fue impagable como me miró y cómo me echó.
Raul: Pobre Carrasco. Tu número era de la marina ¿no?
Caro: Yo lo recuerdo con una sonrisa, mas allá que esa mañana estaba con un julepe bárbaro.
Araña: Me cuentan que a algunos les enseñaba un poco de disciplina, pero creo que al 97% de todos los que la hicieron no les aportó nada.
Sandro: ¿Y te acordás lo aburrido que era? También recuerdo que los números los publicaban ese día en la 5° de La Razón.
Que divertida tu anécdota. Además la contás de un modo tan simpático que no podía dejar de leerla... un literato señor Hurricane.
Hola Hurricane, novedades en al RAIB
Bueno yo venia a comentarte las novedades de la RAIB, tras una breve crisis nos hemos reinventado. Ya no hace falta ser socio para nominar, ni esperar a primero mes. Cuando leas un post bueno, muy bueno, Puedes copiarlo y pegarlo en el blog SELECCIÓN RAIB, las claves estan en el mismo blog. Se votara sobre los seleccionados del 1 al 5.
Todos los otros blogs de la RAIB, la REVISTA y El Parnaso continuan igualmente abiertos a la participación de todos
Mi papá pasó por lo mismo. Eso del sorteo y blabla. La verdad es que debió ser deprimente la situación decí que tengo 18 y soy mujer.
Culpa de esa cicatriz, salvaste tu vida (?). Bueno, casi. Jaja.
Yo a la del apéndice no la puedo usar para mucho. Te imaginás que fuera hombre y salgo sorteado y me dicen ¨y esa cicatriz¨, ¨es del apendice¨, contestó yo y me llevo una libreta con una A enorme, jaja.
Que suerte...
Un besote, Hurri. Linda anecdota.
Casi que me olvidaba del mate.
Plumetti: Ehh, no es para tanto. Gracias por tu opinión.
RAIB: Recibido, muchas gracias y buscaremos el post que amerite los premios.
Flor: Jeje, la del apéndice no hubiese servido, aunque también la tengo y me pasó algo incómodo a raiz de ella que un día de estos posteo.
hurri: si, con el 965 te tocaba marina, no habia excusas
Que buena observación la de CARDIOVASCULAR en el ahorcado. Mi caballito de batalla ha sido BRONCODILATADOR. Y me hubiera salvado por eso (asma) en la colimba de haber sido varón y tocarme el sorteo y revisación.
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