No se en que momento definir cómo empezamos a ser amigos. Tal vez no hay algo decisivo, tal vez hay una serie de hechos que van desembocando en una historia y, en algún instante te das cuenta de que lo sos.
Nos conocíamos por la concurrencia a la Iglesia, y alguna vez en alguna reunión o un cumpleaños, quien sabe, hablábamos de los gimnasios. Y vos me comentaste hay de doce pesos, también de diez pesos. Con el negro vamos a uno de tres pesos. Un par de semanas después, empecé a ir yo. Un poco me interesaba, pero aparte iban ustedes y sabía que me iba a entretener. Puede ser ese un punto de partida.
Después, bastante después, llegó el momento de que vayamos juntos a Los tíos cantores a comer sabe Dios qué o a Antonito V a llenarnos de pizza. Era paradójico hacerlo cuando salíamos del gimnasio, pero era también una excusa para estar un rato mas juntos. Lo gastronómico también nos une con nuestra común aversión a la cebolla, y si la heladería Leoyak hablara... daría testimonio de los kilos de dulce de leche granizado y super sambayón que hemos consumido allí.
Pasó el tiempo y las actividades también fueron variando. Los dos elegimos sufrir, futbolisticamente hablando, algunas veces te acompañé al Cilindro a ver a tu Racing y vos viniste conmigo al Palacio a ver al Globo, creo que las únicas veces que pudimos compartir una alegría con la redonda fue a través de la Selección.
Aparecieron los códigos. Implícitos o nó. Cuando a cada uno de los dos en su momento nos tocó la despedida de soltero, mientras los demás nos hacían bolsa a huevazos, entre nosotros no nos tiramos nada. También había un juego que no recuerdo como era, que solíamos jugar entre varios y que tenía que ver con el que tenía una carta determinada, y en el que nos avisábamos mutuamente pateándonos en forma sutil por debajo de la mesa.
También compartimos aquella mañana en el bar de Carlos Calvo y Boedo, junto con todos los clase sesenta y siete el sorteo de la colimba, cortando clavos a ver qué nos tocaba. Los dos zafamos, en diferentes instancias. Pero la zafamos igual.
En algún momento, también impreciso, surgieron los mejores, nuestra forma de autodenominarnos. Por aquella época, solía decirle a quien luego fue mi esposa, si te vas a pelear conmigo, hacelo ahora que el flaco está soltero y andate con él. Es el único sobre la tierra con el que no vas a salir perdiendo.
Al estudiar también fuimos vecinos. Compartimos el Pabellón III de Ciudad Universitaria, yo con Arquitectura y vos con Diseño Gráfico, compartimos esos cafés espantosos que servían en el bar, y muchos ratos entre cátedras. Algunos viajes en el 160 de vuelta a nuestro común barrio de Boedo.
Después llegó el momento de mi casamiento, el civil y la Iglesia. Y esa conversación en la puerta de la casa de mis viejos, posterior al brindis por el civil, donde te decía te imaginarás que cuando venga, vos vas a ser el padrino de mi primogénito. Y al día de hoy, con tu ahijada no hablamos de vos por tu nombre, sino como el padrino.
Poco tiempo después, al existir aquel problema que tuviste y que derivó en la cancelación de tu boda, ahí estuvimos juntos. Y cuando hace un poco mas de un año me tocó a mí, ahí estuviste vos. Primero a la distancia y luego acá, viniste a ver a tu ahijada en sus quince años y a que podamos estar juntos unos pocos días. Me aguantaste completamente borracho, contándote cosas que ya sabías, pero que no las hablaba con nadie. Y fuiste vos, quien con toda la razón del mundo me decía no puede ser que hace casi seis años que estás acá, y no tengas un amigo...
El año pasado, aquel operativo que hicimos con tu esposa, para enviar la grabacíon del archivo con nuestro saludo para tus cuarenta años... toda las variables que tuvo, y solo con el motivo que sabía se iba a concretar. Que nos vieras junto a tu ahijada y que resultase de alegría para vos.
Hace algunos años tomamos la costumbre de saludarnos el veintiuno el lugar del veinte, como el día de los mejores, a pesar de eso vos me llamaste ayer. Lo que no sabés, es lo bien que me vino ese llamado. Hoy me toca a mí.
Feliz día flaco.